
La escena es ésta: un ataúd y una mujer de negro.
Que hago con el cadáver? Que hago con el cadáver por Dios?
Son muchos… son más de uno, son muchos cadáveres de una mujer, la misma, con distintas edades. Todas las edades en que murió. Y un cadáver de hombre.
No se sabe si la mujer de negro está velando, o se despide. No sabemos que hará con el cadáver, que le pesa mucho y aún lo lleva en sus brazos.
Están cerca de las vías del tren. Se oye la señal y se levanta la barrera. Cuando el tren pasa entonando ritmos de inmigrantes que van bajándose en lo pueblos litoraleños, un hombre la observa desde la ventana. El tren se detiene en esa estación unos minutos.
El hombre la mira y ella cree que le dice que deje el cadáver. Que lo guarde en el cajón. Que lo eche a la tierra, no al mar. Porque del agua un cadáver siempre retorna.
El tren parte lentamente rozando la piel de los andenes. Hay un niño en un banco, jugando.
La mujer de luto se le acerca y el niño siente miedo. Pero ella tiene el rostro suave y una mirada perdida. El niño le dice, porqué no lo deja? No puede caminar así. Porqué no lo deja en el cementerio del pueblo?
La mujer se aleja y para descansar un rato acomoda el cadáver en el cajón, que parece una cama dulce. Con los ojos blandos anegados, lo sube trabajosamente a un carro con ruedas y va por la carretera. No se sabe si se dirige al el cementerio o a su casa. No se sabe si el cementerio es su casa.
Muchas muertes, no pueden duelarse en un mismo día. Ella debiera comenzar por una. Habrá tiempo luego para las demás. Para todas. Si acepta.